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18/6/13

Amor, rebeldía, libertad y sangre.

El tequila corría por sus gargantas, avivando su sensación de libertad y uniendo sus almas solitarias.  Dos jóvenes bebiendo en una taberna cutre de una ciudad perdida de la mano de dios, tienen demasiados problemas que contarse,pero no estaban ahí para discutir sobre que vida era la más cutre de las dos.Estaban ahí, para disfrutar de su plena juventud, y demostrarles al mundo que son lo suficientemente mayores como para arreglárselas solos. Conozco perfectamente esa sensación, cuando tienes los pulmones empañados de humo y por las venas solo te corre alcohol, un tabernero conoce perfectamente esa sensación, cuando toda la vida parece insignificante y bonita, y los problemas se hunden en un vaso de Whisky del 97. Seguramente si no se hubieran conocido en una taberna de mala muerte, y si mañana recordasen todo lo que están viviendo esta noche, fácilmente formarían una bonita pareja, de esas  que van al cine los sábados, y hacen que los domingos sean maravillosos.

Llevo un largo rato observándoles detrás de la barra, debería haber cerrado a medianoche, pero no quiero interponerme entre cupido y ellos.
La chica lleva una americana de cuero y parece que hace tiempo que no sabe lo que dice, seguramente sea la niña de los ojos bonitos de su padre, sonrío al pensar que le harían sus padres si la vieran ahora. ¿Y él? Él tiene la típica sonrisa de colgao cuando conoces a una chica, tiene los ojos rojos y la mirada perdida, estoy seguro que se ha tomado algo,probablemente sea cocaína, creo que no voy a venderle más alcohol,ya va demasiado perjudicado. He empezado a contar sus besos, creo que llevan más de 100, me reconforta ver parejas como estas y no ha viejos marineros borrachos rondando mi bar, y eso que solo llevo un par de horas observándoles mientras limpio los vasos, la Luna es testigo de miles de historias de amor fugaces como esta todas las noches.


15/6/13

Quererte como nunca, cagarla como siempre.




  Ahora ,solo queda el olor de la hoguera que hice con los recuerdos de las madrugadas junto a él.Todas las mariposas que revoloteaban por mi estómago, se habían escapado en forma de lágrimas.El viento susurraba su nombre, y mi corazón se encogía.
La calle a esas horas estaba vacía, acompañando la eterna soledad a la que estaba condenada mi alma,pero era justo lo que necesitaba, que nada ni nadie interrumpiera el paso decidido de mi corazón, que ninguna mirada me recriminara lo cobarde que había sido.

Hacía bastante tiempo, que estaba detenida frente a una vieja casa de madera, que años antes había vivido nuestro efímero cuento de amor,pero irremediablemente, tenía miedo.

Miedo de los recuerdos encarcelados en las paredes descoloridas de nuestra habitación, me asustaba volver a tocar la cama que tantas veces nos había visto despertar juntos, y que la vieja cocina donde antes se cocinaba para dos, se resigne a cocinar para uno.

Y al volver a girar el pomo, de la que era ahora una jaula, el frío y la nada me dieron la bienvenida.
Los acordes de la melodía de la vida que había vivido junto a el, ahora sacaba a bailar a mi corazón,dando rienda a un sin fin de sentimientos, y dejando en carne viva cada una de las cicatrices y las heridas que el tiempo y el olvido habían cerrado.
Supongo que las lágrimas que bañaban mis mejillas,eran el resultado de desenterrar el polvo de tantos recuerdos, y recriminaciones.¿Tanto te puede cambiar la vida la ausencia de una persona? Todas las fotografías que había colgadas por el pasillo lo afirmaban.

Me di cuenta que hacía un cuarto de hora que estaba en apoyada en el marco de la puerta, que
ni si quiera había tenido el valor de dar un paso, y cerrar la puerta, el temor de quedarme encerrada para siempre era demasiado grande, pero aunque mi cuerpo estaba inmóvil ,mi mente estaba en otra época.En la época donde las noches no estaban impregnadas de lágrimas, sino que escondían 100 besos, cada uno diferente, donde el frío nunca te acongoja el espíritu, y donde no hay sitio en la mente para soledad, ni la melancolía, cuando nos faltaba el tiempo.

Retrocedí un paso, y cerré la puerta principal, quedandome en el inmenso silencio que emanaba la ciudad, apoyada en una de las columnas del porche llegue a la conlusion, de que era hora de recoger los pedazos de este corazón, podrido de latir, y dejar la huella perpetua que había hecho su paso.